jueves, 5 de febrero de 2015

Acerca de los Suizos y otras cuestiones

Acerca de los Suizos:


Nuestros dilatados tiempos encontraban espacio para hablar de la Suiza y de sus suizos, girábamos entre tantas virtudes de este pueblo organizado y nos entreteníamos investigando los detalles de apariencia ínfima que tejen aquella difícil y a veces siniestra sociedad.
Lo hacíamos con una especie de nostalgia o resentimiento, como añorando participar de ese orden, utopía a la que jamás tendríamos la oportunidad de pertenecer.

Nosotros éramos diversos (o es que ellos lo eran..), nuestro orden era más parecido a lo que ellos llamarían el caos; nuestras posibilidades de previsión estaban reducidas a pocos minutos, o sino nos conformábamos con las cosas espontáneas. Una mandarina mientras caminábamos podía ser nuestra merienda; comer cuando venía el hambre; solo un reloj en el celular que nunca era preciso como para no llegar tarde al cine; como si navegásemos a la deriva descubriendo cual tormenta o paraíso presentaba cada jornada.

Ser suizo significaría tal vez cambiar de manera rotunda nuestras vidas. Implicaría quizá privarnos del placer de invertir horas y horas (de esas lungas de nuestros relojes) tirados en la cama revuelta contemplando las sombras que la luz de la lámpara dibujaba contra el muro, u observar lo que sucedía en el cielo más allá de la ventana, un cielo que solía estar siempre del color del plomo. O de seguro que ser suizo interpondría un obstáculo entre yo y mi ocio.

Disfrutaba sentarme en cualquier bar, allí mirando, como si se tratase de un film, toda la magia que sucede tras la ventana: esa señora arropada con la bolsita de plástico colgada de la mano y un bastón en la otra esperando el permiso que la deje cruzar la calle; o esos chicos adolescentes de caminata desgarbada que van como dándose empujones y sus risotadas ocupando toda la vereda y el borde de la calle; o sino descubriendo gestos simples como cualquier sonrisa o la nostalgia en un mirada. Ese casual bar o cualquier plaza se convertían en la poltrona desde donde mirábamos nuestra "TV" urbana, yo allí era como un director de cine que inventaba el guión de mi historia. Surgían ideas como borbotones que entusiasmaban nuestra jornada, a todas ellas deberíamos llevarlas a cabo con la disciplina suiza más precisa; luego, al día siguiente, otra nueva y genial historia hacía olvidar y sepultaba todas las anteriores.

En definitiva lo nuestro estaba más cerca del caos que de una cuestión suiza, era más afin a la improvisación que al diseño de un buen plan, era un orden que no se comprendía desde ninguna lógica; solo nuestra lógica plena de artimañas y excepciones comprendía la magia de nuestra realidad.

En casa podían pasar semanas antes de poder decidir cual sería el espacio para colgar un abrigo, esa imposibilidad de darle un espacio a las cosas dibujaba nuestra geografía, tantas jornadas que una simple cinta scotch daba vueltas por los rincones, como desorientada pidiendo a gritos que le diéramos espacio para reposar; o esa pila gastada que deambulaba y que inexorablemente iría a parar a la basura; o frascos vacíos a los que pretendíamos darles una utilidad como lo hubiese hecho un suizo; o tantos tickets de supermercado que inútilmente pretendíamos que un día pasasen a formar parte de la utopía de nuestra contabilidad.

No sé como serán los ríos en Suiza. Al final nosotros veíamos la vida como un fluir más que como un dique.

Pero la existencia de la Suiza nos daba como un aire de seguridad, nos hacía sentir que si ellos habían sido capaces de tal orden, nosotros también podríamos, en caso de necesidad, intentar imitarlos. En definitiva era como que teníamos arranques de intentar ser suizos, pero duraban minutos, rápido nos aburríamos de de un orden diverso a nuestro devenir.

En definitiva mis leyes eran otras, no por ello menos validas que las suizas, solo que eran de un orden diverso, infinitamente diverso.
Había descubierto que no teníamos espacio para acumular ninguna tipo de objeto. Así los frascos partieron a la basura, los ticket ni siquiera salían del supermercado; si compraba una camisa debía tirar la más vieja. Tampoco existía en mi el tiempo para llevar un añorado auto a un mecánico, nuestros alimentos no podían pasar ni por procesadoras ni por exóticos utensilios que la mayoría de la veces hasta ignorábamos su existencia. Si por solo unas pocas monedas un taxi te llevaba hasta la puerta de la casa de un amigo, y si el día era soleado la bici era sin dudas el transporte preferido, los frascos jamás los llenaríamos; y la contabilidad, para solo dos que éramos, sería un instrumento sin ningún sentido.

Y así, nosotros podíamos disfrutar un mundo lleno del tiempo que a la gente le faltaba, un mundo un poco creado por esos suizos que tanto llegamos a añorar. Mundo, tiempo, vida y espacio: nuestra ecuación era sencilla: el mundo y el tiempo nos pertenecían, la vida y el espacio eran los instrumentos por donde debíamos hacer pasar el placer de la existencia: todo, todo era para nosotros..!

Con el tiempo fuí desarrollando una capacidad de goce y disfrute que podríamos decir que se asemejaba a lo que podría intuirse como "lo infinito", un café podía convertirse en un trago delicioso, como un néctar envuelto de un tiempo pleno de la magia; una fruta cualquiera se podía transmutar en un manjar afrodisíaco y nos daba letra para hablar durante horas de sus grandísimas propiedades, de la misma manera que lo hacíamos con las cuestiones de los suizos. También en lo rutinario podía existir un gran goce, en la ducha de cada mañana sentir esa agua tibia recorrer mi espalda, sin la culpa que podría sentir un suizo el pensar en derrochar el agua.

Me gusta el sol del invierno sobre mi cara, o el viento, o intentar sentir los pulmones expandiéndose a cada respiro, o la sencillez de la luz reflejándose en mi anillo de oro blanco.

Escribir estas letras que ahora escribo, sentado en un sofá, este invierno frío y hoy con nieve y yo envuelto en mi abrigo. Soñar con ansias con esa NY que me espera; en esta Italia que un día bien añoraré, como muchas veces añoro Barcelona, Paris, Buenos Aires, o aquella Córdoba que gestó todos mis sueños. Alejarme día a día de la utopía de ser suizo que mi naturaleza no toleraría.

Todo esto es lo que me hace sentir vivo, muy vivo; vivo no como el suizo que nunca seré, ni como el argentino que dicen que soy; sino que me siento vivo como parte de una especie Libre que camina rumbo a una Libertad más amplia y más real (inmensa quizá..!).
Digo una Libertad sin formas, ni juicios, ni pretensiones.
Una Libertad capaz de comprender que cada uno, a su manera y con su posibilidad forma parte de este Juego al que todos jugamos.
Qué otra cosa puedo augurar que no sea u brindis por la Libertad de cada jugador del juego    

Santiago de León - Turin, It, 2015

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